Disfrutamos de una era de dinero barato (muy barato, casi gratis). Cuando los tipos de interés están cerca del cero, los ciudadanos y las empresas suelen mostrar poco interés en poner su dinero en depósitos que apenas les van a producir rendimiento, como está sucediendo actualmente. El resultado es que la cantidad de dinero disponible que proviene del ahorro disminuye, lo que provocaría un aumento automático en la tasa de interés si esta se dejase flotar libremente. En lugar de esto, los bancos centrales han optado por mantener los tipos bajos e inyectar cantidades ingentes de dinero en el sistema. De esta forma han creado una fuente artificial y casi inagotable de financiación a coste prácticamente nulo.
Un viejo aforismo español nos recuerda que “nadie vende duros a cuatro pesetas”. La realidad es que esto es exactamente lo que están haciendo el Banco Central Europeo y la Reserva Federal de Estados Unidos.
Todos los directores financieros saben hacer cuentas. Supongamos que el Banco Central fija el tipo de interés en el 1% en un escenario en el que, por oferta y demanda, el tipo debería estar en el 4%. En ese escenario, por cada 1.000 € que pidas prestados te están regalando 30 € en intereses que no tendrás que pagar. Si pides 10 millones de euros, en la práctica te están regalando 300.000 €. En esta situación, todos los directores financieros con dos dedos de frente deberían ir corriendo al banco a pedir su porción de dinero gratis. Por más que queramos verlo de otra forma, la interpretación final es que los bancos centrales están subvencionando de forma indirecta a las empresas, siempre con el loable objetivo de dinamizar la economía y fomentar el crecimiento.
Una vez que tenemos el dinero el problema es decidir qué vamos a hacer con él. El exceso de liquidez es una situación muy poco habitual en la mayor de las empresas. Recordemos que esta situación proviene de un escenario en el que los tipos de interés son artificialmente bajos, así que no tiene sentido invertir el dinero en depósitos o bonos del estado.
La mayor parte de las empresas está optando por invertir en la auto-cartera, esto es, comprar acciones de la propia compañía. Esta estrategia es perfectamente legal y tiene mucha lógica de negocio: al comprar auto-cartera estás apostando a que tu compañía es la mejor inversión posible. Es una buena forma de demostrar confianza en la empresa.
El problema ético aparece cuando la empresa compra las acciones a los propios directivos, quienes además las adquirieron cuando su valor era mucho más bajo. Es más fácil ver las implicaciones con un ejemplo:
- El directivo X compra medio millón de acciones valoradas a un 1 € cada acción. En total invierte medio millón de euros.
- La empresa pide un préstamo por un millón de euros a un tipo de interés del 1% en una situación en la que el tipo de interés debería ser del 4%. Como hemos visto antes, esta situación equivale a que el Banco Central está subvencionando a la empresa con 30.000 € de dinero público. Insisto en que se supone que el Banco Central otorga estas condiciones especiales para dinamizar la economía y favorecer el crecimiento de las empresas.
- La empresa utiliza el millón de euros para comprar las acciones al directivo X a un precio de 2 € por acción.
- Como resultado, el directivo X gana medio millón de euros en la operación. Los 30.000 € que el Banco Central regaló para dinamizar la economía van directos al bolsillo del directivo junto con otros 970.000 € y la empresa termina en una situación financiera peor (más endeudada).
Otras muchas compañías se están endeudando de forma exagerada aprovechando las excelentes condiciones de financiación disponible. Esto nos lleva a una peculiar paradoja económica: ¿es posible que las condiciones financieras favorables propicien el deterioro financiero y la quiebra de empresas a priori solventes?