Es muy poco frecuente que una buena idea se abra camino por
sí misma en el mercado. Desde que surge la idea innovadora hasta que se
transforma en beneficios es necesario recorrer un largo camino en el que el
innovador se tiene que convertir en emprendedor. Esta transición es
extremadamente compleja, siendo uno de los principales motivos de que muchos buenos
proyectos se diluyan sin dar frutos positivos.
Podemos clasificar las innovaciones en cuatro grados, según
su tipología y su valor potencial.
Las innovaciones de primer grado están asociadas a la
creación de nuevos productos y servicios. Consisten en crear alguno nuevo que
cubre una necesidad latente. Los casos de innovaciones de primer grado que
descubren océanos azules son el tema favorito de las escuelas de negocios: Google,
Facebook, Nintendo…
Las innovaciones de segundo grado están asociadas a las
mejoras en los procesos de producción. Una innovación de segundo grado eleva la
competitividad de una empresa, ayudándola a ganar cuota de mercado y situándolo
en una posición privilegiada. Los mejores ejemplos de este tipo de innovación
se suelen encontrar en los entornos industriales. El ejemplo recurrente es
Toyota.
Las innovaciones de tercer grado se corresponden a la
creación de nuevos formas de comercialización y distribución. Su objetivo es ampliar
los clientes utilizando nuevas formas de llegar a ellos. El paradigma de la
innovación de tercer grado es Amazon. Otras muchas empresas han utilizado el
concepto de cola larga para cambiar su modelo comercial y llevar sus productos
a todo el mundo.
Las innovaciones de cuarto grado están relacionadas con la
financiación. Su objetivo es conseguir fondos a menor coste que el
proporcionado por el sistema financiero tradicional. Por ejemplo, el crowdfunding es una innovación de cuarto grado.
El grado de la innovación determina su valor potencial y su
capacidad de réplica. Las innovaciones de primer grado son las más difíciles de
replicar y las que mayores beneficios potenciales proporcionan. En el otro
extremo, las innovaciones de cuarto grado son muy fáciles de replicar y
proporcionan un beneficio potencial muy bajo.
La paradoja de la innovación refleja el hecho de que lo que
es muy valioso desde el punto de vista de la innovación es, en la práctica, un
factor poco determinante para el éxito de una nueva empresa.
Un emprendedor que tenga suficiente dinero puede iniciar con
éxito un negocio que no contenga ninguna forma de innovación. Solo tiene que
invertir el dinero suficiente para superar la barrera de entrada del sector,
contratar buenos profesionales a golpe de talonario y robar clientes a la
competencia pagando una fuerza comercial agresiva y efectiva.
Por el contrario, un innovador que tenga una idea genial y
la quiera convertir en un negocio necesitará financiación y fuerza comercial. Es
muy poco frecuente que los innovadores dispongan de estos recursos.
El innovador necesita aliados para sobrevivir como
emprendedor. Por este motivo me resulta tan poco convincente el mensaje de que
las personas deben innovar y emprender para salir de la crisis. Las ideas no
tienen patas, por muy buenas que sean. Para que lleguen lejos necesitarán de
medios que suelen estar fuera del alcance de la mayor parte de los innovadores.
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