lunes, 21 de enero de 2013

Un poco de redundancia es bueno

Los humanos nos enfrentamos continuamente a situaciones en las que tenemos que confiar en nuestro organismo. Casi siempre son cosas pequeñas, como correr diez metros para cruzar una calzada por un lugar inadecuado o saltarnos una comida para avanzar en el trabajo. En contadas ocasiones a lo largo de nuestra vida las situaciones en las que tenemos que confiar en las capacidades de nuestro cuerpo son  mucho más críticas, como escapar con vida de una zona peligrosa o afrontar una intervención quirúrgica seria.

Por suerte, nuestro organismo suele responder muy bien incluso en las situaciones más extremas.

La clave del éxito de la especie humana y de todas las especies vivas del planeta es la redundancia. Algunos de nuestros órganos más importantes están duplicados y todos en general están escandalosamente sobredimensionados.

Es llamativo que, por otra parte, los gurus del management y las escuelas de negocio hayan insistido tanto en los últimos treinta años en que las empresas deben estar optimizadas al 100% y que hay que eliminar todas las redundancias.



La transición del humano estándar al humano optimizado implica un proyecto de transformación ambicioso en el que, sin duda, existirá sufrimiento y resistencia. Necesitaremos mucho liderazgo para hacer realidad esta visión. Este sería el roadmap:

- Vender un riñón. Es un quick win evidente en el que monetizamos una redundancia. Esto ya lo hizo un ciudadano chino para comprar un iPad.

- Suprimir el 80% de la tiroides, el hígado, el páncreas y el bazo. Estos órganos están sobredimensionados y provocan un consumo innecesario de recursos.

- Vender los ojos y externalizar la función de la visión. A fin de cuentas la vista no es una función esencial para la supervivencia y es una fuente habitual de distracciones.

- Extirpar un pulmón. Es una solución dolorosa, pero no hay alternativa ya que sólo se pueden vender por pares y no necesitamos los dos. En realidad, con el 30% de un pulmón sería suficiente, pero el coste de eliminar el 70% de un pulmón es demasiado elevado..

- Reemplazar el corazón por uno artificial, mucho menos propenso a cambios de ritmo y problemas de mantenimiento.

- Eliminar los depósitos de grasa y los músculos innecesarios. El humano estándar es capaz de sobrevivir 60 días sin ingerir alimentos. Un humano optimizado necesita sólo las reservas suficientes hasta la próxima comida.

- Cortar cinco metros del intestino delgado. Con dos metros es suficiente, especialmente ahora que hemos optimizado al humano y puede sobrevivir con mucha menos energía.

- Por último, la transformación final nos llevaría a modificar la bioquímica del organismo eliminando la posibilidad de transformar los azúcares, las grasas y las proteínas. Si hemos optimizado al 100% no volveremos a necesitar estas costosas transformaciones moleculares.

La única duda es cuál sería la esperanza de vida de un humano optimizado, aunque posiblemente esa sería la preocupación del siguiente consejo de administración. Es muy frecuente que los directivos que lideran los procesos de transformación radical no se queden en la empresa después del cambio y cedan la gestión de "la criatura" a otros directivos.

Durante el Siglo XIX se popularizó la visión de que los seres vivos somos "máquinas muy complejas". Hoy sabemos que un ser vivo se parece mucho más a un ecosistema que a una máquina. En un ecosistema las relaciones entre los componentes son más importantes que las funciones de los componentes. Por eso, la redundancia es necesaria para la vida.

Una empresa no es un ser vivo, pero tampoco es una máquina. Cuanto más grandes son las empresas más se parecen a un ecosistema. Precisamente por ese motivo las empresas necesitan algo de redundancia que les permita afrontar los imprevistos y sobrevivir.