El 4 de febrero es el Día Internacional de la Lucha contra el Cáncer. En los últimos años se han logrado avances prodigiosos en el diagnóstico y tratamiento de la familia de enfermedades que agrupamos bajo la denominación genérica de cáncer.
Lo que resulta paradójico es que en la Era de la Información, el principal aliado de la enfermedad sea precisamente la desinformación. Uno de los grandes paladines de la revolución digital, Steve Jobs, fue una de las víctimas prematuras e innecesarias de la desinformación acerca del cáncer.
La homeopatía fue inventada a finales del siglo XVIII por el "médico" alemán Samuel Hahnemann. Era una época en la que la esperanza de vida al nacer era de apenas 36 años, no existía la higiene ni el agua corriente, la cirugía se practicaba con serrucho sin anestesia y el tratamiento para la mayor parte de las enfermedades consistía en sangrías aplicadas con sanguijuelas.
Hahnemman tuvo la extraña iluminación de que "un veneno que cause los mismos síntomas que una enfermedad debe ser un tratamiento eficaz para dicha enfermedad". Es completamente imposible saber qué le llevó a esta conclusión absurda, pero en medio de la ignorancia absoluta en la que se movían los curanderos de la época, esta estrafalaria idea no desentonaba con el estándar de la ciencia médica del siglo XVIII.
Hahnemann puso a prueba su teoría ingiriendo una solución de corteza de cinchona, sufriendo de forma inmediata desagradables efectos como mareos, frío, debilidad y somnolencia. Inexplicablemente, Hahnemann asoció estos síntomas a la malaria, enfermedad muy común en aquella época en las colonias europeas y que hoy en día sigue siendo una plaga terrible en África.
Un reloj parado da la hora correcta dos veces al día. La corteza de cinchona contiene cientos de sustancias químicas complejas. Una de ellas es la quinina, un anti-inflamatorio con propiedades analgésicas que era utilizado como medicamento por los indios de América Central. No es extraño que los primeros pacientes de malaria tratados por Hahneman mostrasen síntomas de mejoría, aunque la razón no tuviera relación alguna con la estrambótica lógica del médico alemán.
Hahnemann también descubrió que las dosis elevadas de su nuevos medicamentos mataban de forma inmediata a los pacientes por envenenamiento. Esto le llevó a la segunda iluminación: "la dilución del medicamento multiplica sus efectos curativos", que significa literalmente que según Hahnemann, cuanto menos medicamento contenga la preparación final que tome el paciente, mayor efecto curativo tendrá.
El método de preparación de Hahnemann consistía en diluir una gota de la sustancia original en 100 gotas de agua. A continuación agitaba y golpeaba con fuerza el envase para "imprimir las características del medicamento al agua". El preparado diluido resultante se vuelve a diluir combinando una gota del preparado en cien nuevas gotas de agua. Se repite el procedimiento de impresión mediante agitación y golpeo. A continuación se vuelve a realizar otra dilución. Este proceso se repite un mínimo de 30 veces, lo que significa que en el medicamento final que llega al paciente contiene una gota de medicamento por cada 1.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 gotas de agua, que equivale más o menos a veinte piscinas olímpicas.
En principio no tengo nada contra la homeopatía aunque sus principios pseudo-científicos no hayan cambiado desde el siglo XVIII. Estamos en el siglo XXI, cada uno es libre de elegir de que época es el tratamiento que prefiere.
El efecto placebo es extraordinariamente efectivo en muchas enfermedades menores. Vivimos en una cultura de píldoras. Los pacientes acuden a los doctores exigiendo la píldora mágica que les cure del catarro, el dolor de espalda, la caída del cabello y las agujetas después de hacer deporte. Una píldora de azúcar o un jarabe de agua con colorante tiene muchos menos efectos secundarios que un antibiótico un anti-inflamatorio un analgésico o cualquier otro medicamento que contenga principios activos reales. Además, el cuerpo humano y los agentes patógenos se adaptan a los medicamentos haciendo que estos pierdan sus efectos cuando se toman de forma continuada. En un catarro común el zumo de naranja es más efectivo que un antibiótico, entre otras cosas porque tomar antibiótico para parar un catarro es como disparar un cañón para matar una mosca.
Por otra parte, hay enfermedades serias y potencialmente letales que no pueden ser curadas con agua y azúcar. Es aquí donde la medicina homeopática, los iridólogos, acupuntores, nutricionistas y toda clase de terapeutas alternativos deberían asumir un compromiso ético. Una de cada tres personas que padece cáncer acude a un terapeuta alternativo. Una parte de los terapéutas alternativos que, a pesar de no pertenecer a la profesión médica, tratan a pacientes con enfermedades graves no dudan en obtener un beneficio económico fácil apoyándose en la desinformación y en la angustia.
En mi opinión, proporcionar información pseudo-médica falaz sobre enfermedades serias, como todas las formas de cáncer, debería ser un delito
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